El futuro de la extrema derecha en España
El futuro de la extrema derecha en España
Las derechas demócratas y liberales están siendo las responsables directas de engordar el monstruo del neofascismo que, con toda probabilidad y aprovechando las próximas elecciones europeas que se juegan a circunscripción única, capitalizará ese trabajo ideológico y obtendrá representación relevante en la delegación española del Parlamento Europeo.
Las derechas demócratas y liberales están siendo las responsables directas de engordar el monstruo del neofascismo que, con toda probabilidad y aprovechando las próximas elecciones europeas que se juegan a circunscripción única, capitalizará ese trabajo ideológico y obtendrá representación relevante en la delegación española del Parlamento Europeo.
Hace unos años, con la gran depresión económica europea, comenzaron a emerger movimientos populistas de extrema derecha en países de larga tradición democrática como Francia, Alemania, Grecia, Austria, Holanda, Italia y Reino Unido, y en este último caso con el ingrediente rupturista añadido del Brexit. Todos estos fenómenos tienen en común la inoculación del miedo a las clases medias y obreras en relación a algunos de los fenómenos genuinamente contemporáneos como los movimientos migratorios, la globalización económica, la lucha contra el cambio climático o la aspiración a sociedades más igualitarias y cohesionadas en lo que al género y al equilibrio territorial se refiere.
Se trata de sectores que han encontrado en todos estos fenómenos, el caldo de cultivo para anunciar poco menos que el advenimiento de las siete plagas, y en cierta medida su preocupante ascenso ha consistido en hacer creer a determinadas capas de la sociedad, que hay motivos para estar asustados y adoptar una actitud política reaccionaria. Hasta hace poco, y frente a quienes defendían interesadamente la tesis de que España adolece de la suficiente madurez democrática, he venido sosteniendo que, a diferencia de la mayoría de países europeos, España parecía vacunada contra la extrema derecha. Hay que reconocer que, por más que constituyera en su día un revés electoral en las espaldas del Partido Socialista, el descontento de las clases medias en España se estaba metabolizando por cauces democráticos y a través de nuevas ofertas electorales que apenas ponían en solfa el sistema de convivencia entre personas y territorios pactado hace 4 décadas entre las diferentes sensibilidades políticas de este país.
Sin embargo, y con el desalojo traumático de la derecha del poder, los partidos que sostenían el Gobierno de Rajoy han comenzado a alimentar al bicho de la extrema derecha. Sus mensajes están metódicamente diseñados para alimentar las más bajas pasiones de los ciudadanos que albergan temores, al estilo de Donald Trump, Nigel Farage o Marine Le Pen. Nos hablan de la disolución de España por la llegada de inmigrantes, la escalada soberanista catalana, las medidas de restauración y memoria histórica o las políticas feministas. Todos sabemos que en España machistas, haberlos haylos, y no son sólo hombres, del mismo modo que conocemos la existencia de pulsiones xenófobas y neofascistas. Lo que no había sucedido hasta la fecha es que hubiera partidos políticos con amplia representación parlamentaria que se dedicasen a saciar la sed justiciera de esos sectores cavernarios.
Pero nada garantiza que la irresponsable estrategia de Casado y Rivera, contemporizando con el lider de este movimiento radical, vaya a procurarles rédito electoral alguno. Lo que va a suceder -nada me haría más feliz que errar en este pronóstico- es que el mensaje apocalíptico del PP y de Ciudadanos, alimentará finalmente a VOX. Dicho de otro modo, las derechas demócratas y liberales están siendo las responsables directas de engordar el monstruo del neofascismo que, con toda probabilidad y aprovechando las próximas elecciones europeas que se juegan a circunscripción única, capitalizará ese trabajo ideológico y obtendrá representación relevante en la delegación española del Parlamento Europeo. Esta hipótesis representa, además de un trágico retroceso democrático, una mayor fragmentación parlamentaria que, en el caso de las elecciones generales, pueden llevarnos a escenarios parecidos al italiano en el que la extrema derecha puede condicionar seriamente la gobernabilidad.
Me pregunto, para finalizar y como corolario, si el proyecto de España no corre mayores riesgos de implosión ante este sombrío panorama y si no resultarán estos fuegos, argumentos de suficiente calado y verosimilitud para los nacionalismos periféricos como para afianzar su objetivo último y confeso de acumular mayores apoyos que les invite a avanzar hacia la independencia.
1827