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La memoria de todos y todas

Artículo de opinión publicado en El Diario Vasco el 17 de junio de 2017

Sabin Garitagoitia, Leandro Plazaola, Dionisio Urbistondo, Pedro Salaberria, Miguel Ezcurra, Angel Etxaniz… Son los nombres que recoge el monolito que hoy, desde la Diputación Foral de Gipuzkoa, colocaremos en el cementerio de Gernika-Lumo. Son los nombres de 82 gudaris, la mayoría de ellos guipuzcoanos, que yacen enterrados en una fosa común de la necrópolis gernikarra y cuyo rastro habían eliminado casi por completo el franquismo y el paso del tiempo. Con el acto de hoy buscamos rescatarles del olvido y rendirles un reconocimiento negado durante décadas.

Los jóvenes pertenecen, en su mayoría, a los batallones Loiola, Amaiur, Itxarkundia y Saseta, adscritos a EAJ-PNV, y a las unidades formadas por CNT, EAE-ANV y ELA-STV. El denominativo común de todos es su origen guipuzcoano.

Tras la batalla y posterior pérdida de Gipuzkoa, entre julio y septiembre de 1936, los batallones a los que pertenecían estos jóvenes establecieron sus cuarteles en la villa foral para, desde aquí, seguir contribuyendo al esfuerzo bélico del Gobierno Vasco: el asalto a Legutio, los pradones de Areces o las duras batallas libradas en los puertos tras la ofensiva desencadenada por los franquistas en marzo de 1937 fueron los escenarios en los que murieron los gudaris que yacen en el cementerio gernikarra.

En la época, los cuerpos fueron depositados en lo que en Gernika se conocía como “el cementerio de los guipuzcoanos”, adquirido por EAJ-PNV para dar sepultura a los muertos de los mencionados batallones. Tras la caída de Bizkaia, el alcalde franquista de Gernika los sacó de sus lugares de descanso, puso a la venta las tumbas y “haciendo un gran agujero en la tierra, los enterraron a todos juntos”. El lugar quedó sin marcar, en un intento de borrar su rastro de la historia por parte de los vencedores en la guerra. La historia de estos gudaris habría sido engullida por el paso del tiempo sino fuese por Julian Lejarraga, sepulturero de Gernika que los enterró a todos juntos en una fosa común, dentro del cementerio. Luego, la perseverancia de asociaciones memorialistas como Erkibe Kultur Elkartea y Gernikazarra ha vuelto a sacar a la luz el episodio.

Lo que muere es aquello que ya no se recuerda, mientras que lo que se rememora sigue vivo. La socióloga argentina Elizabeth Jelin, en su ejercicio de conceptualización de la memoria, explica que los monumentos, monolitos, placas… son los elementos que sirven para marcar o dar un soporte físico a aquello que se quiere recordar. Como institución, es nuestra obligación hacerlo, y a ello queremos contribuir con el acto de hoy.  

La actitud contraria sería la de intentar borrar cualquier marca terrenal que, como ya hemos visto, intentó llevar a cabo el franquismo. Un motivo añadido para redoblar nuestro esfuerzo por señalizar este lugar de nuestra memoria, en reconocer a estos jóvenes y hacerles un sitio en nuestra historia. No solo a ellos, sino también a sus familiares y allegados que, en muchos casos, han vivido ocho décadas desconociendo el paradero de sus seres queridos.

Nuestra memoria, sí, y remarco la primera persona del plural. La que hoy rememoramos es una historia de gudaris, pero sobre todo una historia de Gipuzkoa, de guipuzcoanos oriundos de 28 localidades distintas de nuestro territorio. Un relato más, de tantos. Un episodio protagonizado por jóvenes que se vieron obligados a defenderse con las armas frente al alzamiento franquista, que dieron su vida en defensa de valores como la libertad de su pueblo o la legitimidad democrática, valores que hoy hacemos nuestros.

Por tanto, los y las familiares y descendientes de estos jóvenes han de ser hoy los protagonistas absolutos. Ellos y ellas, que durante ocho largas décadas han padecido el no haber podido conocer a sus padres o abuelos, que han vivido con la angustia de desconocer el paradero de su hermano o solo tienen vagas referencias de su tío desaparecido en la guerra de 1936. Desde las instituciones y clase política les debemos un respeto y un reconocimiento que, durante gran parte del siglo XX, les ha sido negado.

Nuestra memoria colectiva la forman retales del pasado y la historia de estos gudaris, como la de las y los funcionarios forales represaliados, como la de las mujeres que fueron expulsadas de sus pueblos durante la guerra, como la de las voces femeninas que recoge la muestra Emeek Emana, como las más de 1.000 personas que forman la base de datos “Izen guztiak”… ha estado ausente durante demasiado tiempo.

Desde la Diputación Foral de Gipuzkoa trabajamos y seguiremos trabajando para sacar a la luz la verdad enterrada de nuestro pasado, para completar la memoria de nuestro territorio con las historias de las personas que tanto sufrieron y siempre con un punto de vista plural. Trabajamos para sacar a la luz todos los nombres, porque la memoria de este pueblo no es ni de unos ni de otros: la memoria de este pueblo es de todos y todas.

  

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