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El día después de la Capitalidad

Ésta ha sido, en mi opinión, una capitalidad para inmensas minorías.

22/01/2017

Los balances oficiales triunfalistas y carentes de autocrítica no modificarán la percepción ciudadana sobre el proyecto, bien al contrario, pueden distanciar aún más a la opinión pública al resultar un análisis muy alejado de lo que la gente ha sentido.Y esta ha sido, en mi opinión, una capitalidad para inmensas minorías.

San Sebastián y Wroclaw han celebrado durante 2016 la capitalidad europea de la cultura. Ha sido éste un año convulso en la reciente historia del viejo continente, un año en el que hemos visto renacer viejos fantasmas de división, fractura y ascenso del populismo, un año que era especialmente propicio para hacerse oír en favor de una cultura para la convivencia que opere de modo preventivo y terapéutico ante estas nuevas enfermedades sociales.

A la hora de hacer un análisis de lo que ha supuesto esta capitalidad para el conjunto del territorio se corre el riesgo de insistir en los errores que provocaron en su momento una importante confusión ciudadana sobre lo que realmente se pretendía con su organización. Pero seamos honestos: si bien en un inicio quienes conformamos el equipo que lideró Odón Elorza soñábamos con una gran movilización ciudadana y cultural en favor de la convivencia a modo de celebración cultural de la paz en Euskadi, la capitalidad pronto derivó en un formato más inconcreto y confuso, en buena medida porque quienes lo heredaron no habían creído en el proyecto y porque había una necesidad de generar un contrarrelato mucho más genérico y vaporoso sobre las vulneraciones de derechos humanos en esta tierra. Si queremos ser realmente ecuánimes hemos de empezar por reconocer que el proyecto no se recuperó del todo de aquellos cuatro años de zozobra en su gestación, y que a falta de liderazgos políticos, terminó en manos de responsables que lo condujeron por un terreno más exigente y minoritario, huyendo de manifestaciones populares.

Lo cierto es que la capitalidad no ha querido, salvo en contadas ocasiones, apostar por las grandes convocatorias, y cuando lo ha hecho ha fracasado estrepitosamente. Se optó, y eso es exactamente lo que no se comunicó con valentía, por un formato de inmensas minorías, una multiplicación de pequeños eventos que, sin lugar a dudas, habrán permitido a no pocas personas encontrar su lugar y su momento, su concierto, su obra escénica, su recital o coloquio. Esta dinámica de formatos reducidos ha sembrado nuevas e interesantes rutinas y circuitos, que habrán de seguir cultivándose, pero a la vez ha impedido una visualización más elocuente y gráfica de la movilización popular. Es posible que a largo plazo esta apuesta siente las bases de una cultura cotidiana más reflexiva y rica en matices, pero hay que reconocer que ha ido en detrimento de la reivindicación y proyección internacionales de San Sebastián. En otras palabras, si alguien pretendía que la capitalidad sirviese para hacer marketing de ciudad, ese objetivo no se ha cumplido en absoluto.

Sin embargo, no se podrá negar que la capital europea de la cultura ha provocado múltiples reflexiones acerca de la intensidad y autenticidad de nuestra vida cultural, del modelo de gobernanza de la cultura, de la manera en que conviven y hasta compiten las iniciativas públicas y privadas, de la necesidad de dar mayor apoyo a nuestras creadoras y creadores, de los límites de la festivalización, de la vigencia de los pequeños formatos, o de la programación a nivel metropolitano y transfronterizo y no meramente municipal, por poner sólo algunos ejemplos. Pero sabemos por experiencia que en Gipuzkoa no siempre los análisis conducen a la toma de decisiones, sino que corren el riesgo de convertirse en inacabables debates circulares por falta de determinación. Por eso es importante que hagamos un ejercicio de síntesis de todo lo acontecido, de todo lo debatido, y nos preparemos para el día después de la capitalidad, realizando los cambios necesarios de modo que San Sebastián y Gipuzkoa recojan en los próximos años los frutos de este 2016.

Efectivamente es necesaria una política cultural más cooperativa entre instituciones, más acostumbrada a evaluar los resultados de sus actuaciones e inversiones, menos complaciente con las inercias que nos han traído hasta aquí, y sobre todo, hace falta una política cultural que establezca objetivos medibles y apunte el lugar y el papel que deseamos que nuestras ciudades ocupen en el futuro en materia cultural. En la Diputación nos disponemos a tomar el testigo de algunas de las iniciativas que mayor recorrido han mostrado durante esta Capitalidad y evitar así que se conviertan en flor de un día. Nos disponemos a modificar profundamente el modelo actual de subvenciones, vamos a crear una oficina de atención al sector cultural, así como una nueva Norma Foral de Mecenazgo, una Escuela de cine en Tabakalera y el lanzamiento del proyecto patrimonial de Gordailua, por poner algunos ejemplos.

Los balances oficiales triunfalistas y carentes de autocrítica no modificarán la percepción ciudadana sobre el proyecto, bien al contrario, pueden distanciar aún más a la opinión pública al resultar un análisis muy alejado de lo que la gente ha sentido. Es más eficaz un diagnóstico matizado y exigente, que nos permita aprender de cara al futuro, porque hay vida más allá de 2016 y los males que amenazan nuestra convivencia no parece que vayan a desaparecer a corto plazo. A pesar de que se han hecho cosas, y pese al empeño de Pablo Berastegui como director del proyecto -a quien quiero reconocer su profesionalidad-, la capitalidad no ha llegado a poner de relevancia este aprendizaje de los valores de la convivencia frente al autoritarismo, siempre al acecho. Espero que la gestión de la post-capitalidad sirva para que la cultura gane peso y haga posible la profundización de Gipuzkoa en estos valores.

  

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