Aviso a navegantes
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La nueva Ley de Turismo no aborda con suficiente ambición la adopción de medidas urgentes
Uno de los fenómenos que más rápidamente está cambiando en estos tiempos acelerados es el turismo. Todo muta a gran velocidad: las comunicaciones, el transporte, el acceso a la información, las alternativas de alojamiento... La globalización impacta sobre el sector turístico y lo lleva por la senda de la estandarización y la pérdida de personalidad. Ni en Venecia se vende una sola máscara que no sea manufacturada en China, ni en Amsterdam queda ya apenas un sólo coffee shop auténtico que no se parezca a un hipermercado. El espectáculo asociado a las despedidas de soltero proliferan en todas las capitales, el riesgo de la vulgarización y de la masificación sobrevuela nuestras ciudades y lo que está en juego es la calidad de vida de los ciudadanos, nuestra cultura y nuestra personalidad.
El especialista argentino en periodismo turístico Miguel Ledhesma define el turismo como un fenómeno complejo y multidisciplinar que comprende aristas económicas, sociales, políticas, artísticas, antropológicas, medioambientales, históricas, geográficas, educativas, psicológicas, comunicativas, que involucra simultáneamente al sector empresarial, al estatal, al no gubernamental, al sector profesional, a las poblaciones que habitan cada destino turístico y a los propios turistas. Pues bien, si el turismo es un intercambio, hoy más que nunca es el momento de subrayar que debe ser un intercambio equilibrado entre lo que el turista deja en una ciudad y lo que el turista se lleva de la misma. Hablo por supuesto de cuestiones materiales pero también de otras intangibles, de modo y manera que ese intercambio sea antes que nada deseado y consentido por ambas partes, y esté basado en un enriquecimiento cultural mutuo.
Euskadi está experimentando un auge sin precedentes en el mercado de los destinos turísticos internacionales. El fin del terrorismo de ETA, el afloramiento de una oferta urbana cultural y gastronómica añadida al atractivo paisajístico natural, el ventajoso posicionamiento de España en relación a otros destinos turísticos inestables de la cuenca mediterránea, y un clima cantábrico benigno que contrasta con los calores sofocantes del sur, son algunas de las razones que nos sitúan entre los destinos que más crecen, quizás también por haber partido de cotas menores durante largos años en los que la industria ha jugado un papel preponderante.
Pero con eso y con todo, afrontamos un enorme desafío en términos de sostenibilidad que nos debe llevar a adoptar medidas que considero urgentes y que lamentablemente la nueva Ley de Turismo aprobada en el Parlamento esta pasada semana no aborda con la suficiente ambición. En primer lugar es necesario conocer en profundidad la capacidad de carga de nuestros pueblos y ciudades y planificar los usos urbanísticos y la ordenación del territorio con arreglo a esa capacidad de carga. La proliferación de alojamientos ilegales representa, además de una enorme bolsa de fraude fiscal, un elemento distorsionador de primera magnitud. En San Sebastián, la oferta irregular de camas duplica la oferta reglada de hoteles, hostales y alojamientos turísticos legales, lo que provoca unos flujos incontrolados que superan toda planificación. En Bilbao, esa relación no es tan exagerada pero comienza a ser significativa.
Debemos evitar la concentración de visitantes que convierten determinados barrios en parques temáticos para turistas donde los vecinos se sienten desplazados, y de ahí que más importante que seguir invirtiendo en promoción turística es invertir en gestión interna de flujos y diseño de productos turísticos que nos ayuden a diversificar la oferta. La gastronomía es un reclamo de primer orden, cierto, pero no el único. Nuestra tradición culinaria representa una cadena de valor que arranca en los productores locales y acaba en exquisitos platos, pero pasa también por lonjas pesqueras, mercados tradicionales y talleres de cocina. Y existen otros atractivos que deben ponerse en valor y subrayar su capacidad de tracción turística, como el arte contemporáneo, y de ahí el interés público por ver reabierto Chillida Leku de cara a incorporarlo al circuito de primer nivel que conforman el Museo Guggenheim, el Centro Internacional de Cultura Contemporánea de Tabakalera, el Museo Balenciaga, o el Artium de Vitoria-Gasteiz.
En definitiva, considero que estamos a tiempo de abordar estos retos, pero hemos de actuar con celeridad. El objetivo es evitar que el turismo se convierta en un tsunami que nos pase por encima arrasando nuestra calidad de vida y nuestras singularidades, y lograr más bien que sea una ola que podamos surfear de manera colectiva y consensuada. Creo sinceramente que más pronto que tarde Euskadi necesita plantearse con rigor la conveniencia de establecer una tasa turística que devuelva el equilibrio entre lo que aportan y se llevan quienes nos visitan, y que permita financiar infraestructuras y servicios públicos. Elevemos la mirada por encima de los incrementos anuales de turistas y hagamos una reflexión sobre el riesgo de la terciarización de nuestra economía. Nuestro deber es asegurar que los servicios que ofrezcamos no estén sujetos a condiciones laborales precarizadas y empleos estacionales o poco cualificados, y poner mayor énfasis en la fuente de oportunidades que representa el turismo en campos más innovadores como de las TICs, de la sanidad, de la accesibilidad, de la cultura y del medio ambiente. Campos todos ellos cargados de futuro y en los que tenemos algo serio que decir.
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