Somos comunidad, seamos comunidad
Somos comunidad, seamos comunidad
Vamos a necesitar grandes dosis de colaboración y de solidaridad para salir de esta tesitura sin que la cohesión social que caracteriza a Gipuzkoa y al conjunto de nuestro país se vea resentida.
Nuestro país ha pasado por momentos muy difíciles en el pasado. Algunos de ellos perduran en nuestra memoria. Otros, en cambio, se difuminaron con el paso del tiempo. La crisis actual provocada por la expansión global de la COVID-19 parece llamada a permanecer, por sus trágicas consecuencias y efectos en nuestro estilo de vida, en el recuerdo colectivo de varias generaciones. La huella de esta pandemia, tan inesperada, tan impredecible, será de una profundidad que somos incapaces de medir todavía.
Decía Jose Maria Arizmendiarrieta que “la solidaridad es la poderosa palanca que multiplica nuestras fuerzas”. Frase que completaba de la siguiente manera: “Que cada uno aisladamente suponemos poco, es algo que estamos experimentando en cada momento. En cambio, las personas unidas son capaces de las mayores proezas”. Las palabras del impulsor del cooperativismo vasco suponen una guía en momentos tan duros como los que nos están tocando vivir.
La sociedad vasca ha activado la “palanca” de la solidaridad en muchas ocasiones dolorosas. Recuerdo las devastadoras inundaciones de 1983. Aquel 27 de agosto, media Euskadi amaneció anegada, como consecuencia de la enorme cantidad de lluvia que había caído de madrugada. Al volver los ríos a su cauce, en mitad de un inmenso lodazal, la ciudadanía salió a la calle –aquella misma tarde– para empezar a achicar agua, limpiar las calles e intentar recuperar la normalidad cuanto antes. Empresas y talleres cedieron máquinas y utensilios; las instituciones vascas, todavía en fase de desarrollo competencial, pusieron todo su empeño en aquella tarea, apoyando a las personas que más sufrieron el envite del agua.
En nuestro pueblo natal, en Beasain, se recuerda cómo un tren quedó atrapado en la estación con decenas de pasajeros, sin poder seguir con su viaje. Un llamamiento de ayuda difundido por las ondas de Segura Irratia bastó para que las casas y caseríos cercanos llevaran docenas de huevos y litros de leche a las personas allí retenidas. La acería de Olaberria, entonces Aristrain, cedió su comedor para que las y los pasajeros pudiesen cenar caliente aquella noche.
Casi 40 años después, ese mismo espíritu solidario, que asoma con mayor nitidez en los momentos más difíciles, nos está permitiendo afrontar con mayor aplomo los graves efectos sociales y humanos generados por la COVID-19 y el confinamiento declarado para hacer frente a la pandemia. Esa solidaridad ha aflorado en Gipuzkoa y en el conjunto de Euskadi en las últimas semanas, en las que la gran mayoría de la sociedad ha asumido, con toda civilidad, que quedarse en casa era la mejor manera de protegerse y de proteger a los demás. Un sentimiento comunitario que se ha manifestado de múltiples maneras en ventanas, balcones y terrazas, en las que todas las tardes hemos aplaudido al personal sanitario que está dando lo mejor de sí contra los efectos del coronavirus.
La lista es nutrida. Podríamos extender la gratitud por esa solidaridad multiplicadora a los makers que han provisto de máscaras protectoras a enfermeras, cuidadoras, comerciantes, farmacéuticos y demás profesionales expuestos al virus en sus trabajos; a las cajeras que han doblado turnos para proveer de alimentos a todo el mundo; a los y las docentes que, en un tiempo récord, han adaptado sus clases para impartirlas a distancia; a las empresas y centros de I+D+i que han reorientado su trabajo a generar material de protección y productos sanitarios contra el virus; a aquellas compañías que, pudiendo retrasar el pago de sus impuestos por la excepcionalidad de la situación, han preferido realizar sus pagos y seguir aportando al bien común. Sin olvidar a las personas voluntarias del tejido asociativo guipuzcoano, de DYA, de la Cruz Roja y de diversas redes ciudadanas.
Mención aparte merece el personal que gestiona y trabaja en las residencias de personas mayores, quienes hacen frente a una situación sin precedentes, durísima, al albergar en su seno al colectivo más vulnerable ante la enfermedad. Esta realidad ha provocado el fallecimiento de 161 residentes en el territorio, a cuyos familiares me gustaría trasladar desde aquí todo el apoyo y cercanía. Pese al dolor que generan estas pérdidas, que sentimos como propias, es justo reconocer que el sistema socio-sanitario de Gipuzkoa ha respondido con fortaleza ante este desafío. Hasta el momento –se tratará de una larga lucha– se ha conseguido mantener el 90% de las plazas libres de COVID-19, gracias a la labor de Osakidetza, a la entrega de todas las entidades y personas implicadas, así como al trabajo de los servicios sociales, del departamento de Política Social en su conjunto.
Estamos haciendo frente al coronavirus entre todos y todas; de igual manera, debemos encarar la respuesta a la crisis socio-económica sin dejar a nadie atrás. Es el momento de llevar a las calles la solidaridad que hemos mostrado en los balcones. Un sentimiento comunitario que ha de convertirse en hábitos y consumo en favor del comercio, los servicios y la hostelería local.
Ahora, cuando nos encontramos a punto de iniciar la desescalada hacia lo que algunos llaman “nueva normalidad”, estoy convencido de la necesidad de perseverar en ese compromiso comunitario. Vamos a necesitar grandes dosis de colaboración y de solidaridad para salir de esta tesitura sin que la cohesión social que caracteriza a Gipuzkoa y al conjunto de nuestro país se vea resentida.
En primer lugar, porque aún no hemos ganado la partida al virus. La crisis socio-sanitaria sigue ahí. En las próximas semanas y meses seguirá siendo necesario mantener la tensión y seguir rigurosamente las indicaciones de las autoridades sanitarias.
En segundo lugar, porque, como sociedad, tendremos que adecuarnos a los cambios sociales que traerá consigo la realidad post COVID-19. Y lo que quizá sea más grave aún: los efectos socio-económicos que se están gestando. Aunque sea difícil vislumbrar su calado, las consecuencias negativas ya están aquí y van a seguir acentuándose en las próximas semanas, con el consiguiente reflejo en las cifras de desempleo y demanda de prestaciones sociales.
Esta triple crisis sanitaria, social y económica interpela a las instituciones. La Diputación de Gipuzkoa ya ha realizado los ajustes necesarios para blindar los presupuestos destinados a las políticas sociales y a la promoción económica. Nuestra prioridad en las próximas fechas no será otra que proteger la actividad económica y el mayor número de puestos de trabajo, así como apoyar a quienes pierdan su empleo o se encuentren en riesgo de caer en la pobreza.
Estamos haciendo frente al coronavirus entre todos y todas; de igual manera, debemos encarar la respuesta a la crisis socio-económica sin dejar a nadie atrás. Es el momento de llevar a las calles la solidaridad que hemos mostrado en los balcones. Un sentimiento comunitario que ha de convertirse en hábitos y consumo en favor del comercio, los servicios y la hostelería local. Esta actitud debe marcar nuestra actuación en los próximos meses, si queremos salvar esta situación cuanto antes.
El título de uno de los libros más conocidos del sociólogo polaco Zygmunt Bauman parece más revelador que nunca en el contexto actual: Comunidad. En busca de seguridad en un mundo hostil. Efectivamente, cuando la realidad que nos rodea parece más despiadada que nunca, solamente actuando como comunidad alcanzaremos la seguridad y la salud que deseamos para todas las personas. Solo así podremos defender y mantener, ante la magnitud del desafío, el modelo de país que hemos construido en las últimas décadas, caracterizada por una economía fuerte y una sociedad cohesionada, justa y democrática.
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