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Las cicatrices de la memoria

“Recordar es fácil para el que tiene memoria, olvidarse es difícil para quien tiene corazón”. Gabriel García Márquez

08/12/2017

La mejor forma de curar las heridas es sanarlas previamente, y para ello siempre se ha aconsejado tener paciencia y dejar margen al reposo. Con el tiempo, las cicatrices que dejan esas laceraciones se convierten en un recordatorio indeleble del desgarro vivido, un testigo perenne del dolor causado y de sus devastadoras consecuencias. 80 años después de la Guerra Civil española, por fin hay una mayoría política y social que afortunadamente muestra voluntad por reconocer lo sucedido, por hacer resplandecer la verdad, y por restaurar las injusticias cometidas en nombre de la patria.  El fin último de la reconstrucción de la memoria histórica y del reconocimiento de las víctimas del franquismo, no es otro que el de recuperar su dignidad. Es un ejercicio de honestidad moral con nuestros antepasados, si; pero también con nuestras conciencias democráticas.

Gipuzkoa arrastra una deuda con las víctimas y con las personas que fueron represaliadas por un franquismo que también tuvo en nuestro territorio poderosos resortes que se aliaron con los sublevados y contra la República. Guardamos en la memoria todas las injusticias cometidas durante aquel trágico septiembre de 1936 tras la caída de Irún y San Sebastián. En aquel verano, el horror de la contienda fratricida dio rienda suelta al odio y a la venganza. Miles de familias tuvieron que huir hacia Bilbao primero y hasta Santander después. Y tenemos igualmente presentes a los milicianos comunistas y socialistas del PCE, la UGT y el PSOE, a los batallones del PNV y a los anarquistas de la CNT que lucharon en los Intxortas, en Eibar y Elgeta, por frenar el avance fascista. La épica de aquella resistencia civil no puede ocultar la fragmentación y disparidad de criterios de las fuerzas leales a la República, que fue hábilmente aprovechada por el bando nacional en su embestida militar. Pero nos queda el arrojo de aquellos milicianos y gudaris, de aquellas mujeres coraje que libraron todo tipo de vicisitudes para salvar su vida y la de sus hijos.

Después llegaría la larga noche del franquismo en la que los desafectos al régimen sabían que se exponían a la eliminación física o social. Su pecado, la grave falta cometida, era la defensa de los valores que hoy compartimos una inmensa mayoría: libertad, democracia, igualdad, derecho a la diferencia, convivencia civilizada y democrática. Todas aquellas víctimas tienen derecho a la verdad, a la justicia y a la reparación. Una parte esencial de esa reparación y del trato justo que merecen consiste, precisamente, en su reconocimiento público. Tienen derecho a que la sociedad conozca que personas honradas y decentes fueron maltratadas, humilladas y, en muchos casos, asesinadas; condenadas durante años, ellas y sus familias, a ser avergonzadas públicamente, a ocultar sus convicciones, a ser marginadas. Y que pese al oprobio padecido, todas estas personas permanecieron fieles a sus valores democráticos e igualitarios, y mantuvieron encendida una llama que hoy nos corresponde cuidar y proteger.

Transmitir su memoria y valores de libertad y convivencia es la mejor manera de evitar que vulneraciones contra los derechos humanos puedan volver a repetirse. Por eso, el Gobierno foral de coalición de PNV y PSE-EE, partidos herederos de aquellas familias políticas que pelearon en la misma trinchera defendiendo juntos los valores democráticos, ha acordado conceder la máxima distinción de Gipuzkoa, la medalla de oro, a todas esas víctimas de la Guerra Civil y el franquismo. Su lucha y compromiso nos legó una sociedad con leyes hechas para proteger la pluralidad y la diferencia, para garantizar que nadie pueda imponer ni imponerse. Son valores que hoy compartimos y de los que podemos sentirnos orgullosos.

La dictadura franquista representa una tremenda cicatriz en nuestra convivencia, una huella que atestigua aquel régimen totalitario dedicado a la negación y al aplastamiento del 'otro', que buscó su exterminio físico e ideológico, que humilló al derrotado y que construyó un imaginario de los 'vencedores' cruel e injusto.  Gipuzkoa, Euskadi y España padecieron 40 años tristes y oscuros de un régimen iniciado mediante un alzamiento armado contra el legítimo Gobierno de la República y las instituciones vascas de autogobierno.

Hoy saldamos pues una deuda moral pendiente. Sentimos la necesidad de gritar 'nunca más' a ningún dictador que aplaste nuestra libertad. Sentimos la necesidad de rescatar la verdad del pozo de la desmemoria, para que no haya más desaparecidos en las fosas y en las cunetas. No se trata de reabrir viejas heridas, sino de ser conscientes de que la auténtica reconciliación se construye con los ladrillos de la verdad. Que este homenaje sirva en definitiva como un sincero ejercicio para enterrar definitivamente los odios y los rencores, también los de nuestro pasado más reciente de un terrorismo que se prolongó cuatro décadas más tratando de socavar las bases de la democracia y la convivencia conquistadas. Es momento de proclamar ante la sociedad, que lo que algunos trataron de borrar, está más vivo que nunca y que quienes lo hicieron posible son reconocidos y honrados por ello. Agur eta ohore! 

  

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