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Guerra civil: la memoria mutilada

Cometeríamos un enorme error político si no aprovechásemos estas conmemoraciones para cerrar bien las cicatrices de las guerras. La experiencia aconseja abordarlas con una inmensa generosidad

03/04/2017

Cometeríamos un enorme error político si no aprovechásemos estas conmemoraciones para cerrar bien las cicatrices de las guerras. La experiencia aconseja abordarlas con una inmensa generosidad,  un gran espíritu de reconciliación, pero también mediante una lectura inclusiva e integradora de aquella memoria de los y las perseguidas. No relatemos la historia mutilándola. Por honestidad con aquel sacrificio de tantas y de tantos. Por honestidad con la verdad.

Durante este 2017 se conmemoran muchos de los episodios más crueles vividos durante la Guerra Civil, hace ahora 80 años. Aquellos bombardeos, aquellas batallas y saqueos provocaron muerte, desolación y exilio a buena parte de la sociedad española. También en Euskadi la guerra tuvo consecuencias letales y nunca serán suficientes las muestras de reparación moral y los ejercicios de memoria pública que podamos emprender desde las instituciones. Precisamente estos días, asistimos a una proliferación de emotivos actos institucionales que relatan muchas verdades. Pero lamentablemente se tiende a dibujar una verdad incompleta, deliberadamente parcial y manifiestamente injusta con el conjunto de la población. Porque una cosa es que los partidos o determinadas fundaciones con tradición ideológica definida asuman el rol de recordar a “los suyos”, y otra bien distinta que las instituciones públicas contribuyamos a ofrecer una memoria fragmentada o mutilada.

Procedo de una familia muy común en este país, con antepasados euskaldunes y otros de origen castellano y navarro. Hijo de madre ondarresa y padre pasaitarra, mi abuela paterna, Ángeles Gastón Sanz, hubo de abandonar el pequeño negocio que regentaba la pareja en el barrio donostiarra de Herrera cuando las tropas franquistas entraron desde Irún. El abuelo, Fabriciano González Rodríguez, se quedó de acemilero en el frente con el Batallón Larrañaga, y a ella le tocó llevar consigo a sus hijos hacia Bilbao primero y hasta Santander después, retrocediendo al ritmo que avanzaban los fascistas, para embarcar finalmente rumbo a Cataluña, cruzar la frontera a Francia y así salvar el pellejo. Hasta ahí, y aunque para mí resulte imprescindible, esta historia es sólo una más de tantas que se sucedieron a lo largo y ancho de la geografía española.

Los actos institucionales a los que estoy acudiendo estos días, sin embargo, retratan una guerra de fascistas españoles contra nacionalistas vascos y ponen el acento en la condición de abertzale para explicar toda la saña y humillación con que tantas familias fueron perseguidas y oprimidas durante la guerra y también a lo largo de la dictadura. Un reciente documental titulado “Ama nora goaz?” producido por ETB en colaboración con instituciones públicas nos muestra a través de emotivos testimonios los padecimientos vividos por muchas mujeres de diferentes municipios guipuzcoanos de mayoría nacionalista. Al verlo sentí mutilada una parte de la memoria de mis antepasados. Probablemente ese relato servía en parte para explicar lo vivido en Ondarroa -incluso allí había republicanos, socialistas y comunistas, sin olvidar a los muchos tradicionalistas que en todo el País Vasco se levantaron contra la República- pero en modo alguno hacía justicia con otros antepasados, y desconozco si porque no hablaban euskera o no comulgaban con el nacionalismo. Se obvian la batalla de Irún o el bombardeo de Eibar y en general la realidad vivida en la Gipuzkoa urbana, de clara mayoría republicana, mostrando episodios parciales de algo que debería contarse como un todo. Debe ser que, como dice la historiadora Idoia Estornés, “para asentar el mito de España contra Euskadi es necesario invisibilizar a las víctimas de la guerra en el resto de España y a los gudaris (milicianos y soldados) no nacionalistas”.

Reivindicar la memoria constituye un necesario ejercicio de dignidad democrática. Las guerras civiles, y esta también lo fue en el País Vasco, frente a visiones maniqueas, erróneas y simplistas, suponen épocas trágicas en las que afloran los peores odios y venganzas. Muchas familias sufrieron en nuestro territorio su fidelidad a la República, acosada por el fascismo del golpe militar de los sublevados. Por eso es necesario reivindicar toda la memoria de aquellos perseguidos, y eso implica recordar a las familias nacionalistas, a las socialistas, a las comunistas, a las anarquistas y a las republicanas. A todas aquellas que combatieron heroicas por la libertad, y que muchas veces olvidamos o relegamos por una serie de prejuicios ideológicos y de presentismos que debemos superar de una vez por todas. No relatemos la historia mutilándola. Por honestidad con aquel sacrificio de tantas y de tantos. Por honestidad con la verdad.

A todas aquellas mujeres que fueron claves en la defensa de San Sebastián en aquel terrible verano de 1936. O las que sufrieron el incendio de Irún, el hostigamiento en Zumaia, Mutriku o Azpeitia, y el bombardeo de Eibar, Gernika y Durango. Las que los primeros días de septiembre se agolpaban en la carretera de la costa guipuzcoana, en medio del caos y al cuidado de sus hijos pequeños para huir del asedio de las tropas de Franco. A las que sufrieron cárcel o fueron humilladas por los vencedores, haciéndoles desfilar con sus cabezas rapadas como signo de vergüenza y estigmatización por pertenecer al bando perdedor. A las que perdieron la vida y a las que lucharon por ella con el sentido de la supervivencia que te da estar en primera línea en los tiempos más tormentosos, mostrando una valentía y un coraje que han sido un referente para más de una generación. A todas aquellas resistentes, sin distinción de credo o filiación, vaya nuestro recuerdo emocionado.

Finalmente, y volviendo a nuestros días, convendría que quienes hoy conforman la comunidad nacionalista nos despejaran las enormes dudas que suscita una mirada tan parcial a la hora de construir un futuro asentado sobre una memoria histórica fragmentada y mutilada, y expliquen las razones de este proceder. Creo que cometeríamos un enorme error político si no aprovechásemos estas conmemoraciones para cerrar bien las cicatrices de las guerras. La experiencia aconseja abordarlas con una inmensa generosidad, un gran espíritu de reconciliación, pero también mediante una lectura inclusiva e integradora de aquella memoria de los y las perseguidas.

  

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