Envasado y comercialización

Estas lejías se comercializaban en botellas de cristal de 900 cm³ de capacidad y forma especial (para diferenciarlas de las de otros productos) y se llenaban con un tubo de goma, desde la tina, de una en una.

Seguidamente, se les colocaba a mano un corcho que se terminaba de meter golpeándolo con una madera, para a continuación colocar en la parte superior una cápsula de plomo que se adaptaba al cuello de la botella apretándola y girándola con la mano. Sobre la misma se colocaba un precinto de papel adherido con cola y finalmente el timbre oficial (impuesto) que en los años cincuenta, era de 50 céntimos y que los fabricantes adquirían en los estancos.

Para terminar se marcaban dos líneas de cola, utilizando un pincel y se pegaba la etiqueta con el nombre y la marca del fabricante. Marcas como “La Montañesa”, “El Canario”, “La Guipuzcoana”, “La Manuelita”, “El Chimbo”, o “El Campeón” acompañadas de dibujos alegóricos, fueron muy conocidas.

Para el reparto, las botellas se metían en cajas de 20 unidades y una vez cargadas en un carro, que frecuentemente era de mano se repartían por las tiendas de ultramarinos (y en algunos casos a usuarios) al tiempo que se recogían las vacías para su reutilización. Durante una época la búsqueda de las cápsulas de plomo y su venta a los chatarreros fue una fuente de ingreso importante para los jóvenes.

En los años de la posguerra la adquisición de los productos químicos necesarios para la elaboración de lejías se hizo muy difícil, al estar sujeta a los cupos oficiales que se asignaban a cada uno de los elaboradores u que eran siempre insuficientes para cubrir las necesidades, lo que dio lugar al estraperlo, pagándose precios hasta tres veces superiores a los oficiales.

Los elaboradores locales de lejía frecuentemente completaban su actividad con la venta y reparto de otros artículos como sal, jabón y arena para la limpieza de las cocinas económicas.

En la década de los años sesenta, con la mejora de los medios de transporte, la competencia de los fabricantes regionales o nacionales, fue en aumento por lo que los pequeños elaboradores fueron desapareciendo poco a poco, aunque algunos mantuvieron su actividad hasta finales de los setenta e incluso primeros años ochenta.

Estas actividades de carácter familiar ocupaban a unas pocas personas que llevaban a cabo todas las labores necesarias, desde la elaboración del producto al reparto, a pesar de lo cual estaban clasificados como fábricas de lejía en la nomenclatura oficial y como tales inscritas en el registro industrial correspondiente.

Los factores que favorecieron la existencia de estas pequeñas actividades fueron principalmente la simplicidad del proceso de elaboración de la lejía, con la consiguiente reducida inversión, así como las deficientes comunicaciones que encarecían el traslado de este producto de bajo precio de venta en relación a su peso (se componía en su mayor parte de agua).

Fabricantes de lejia en Gipuzkoa el año 1944 según el anuario vascongado