Fareros

Los hombres pudieron navegar perdiendo de vista la costa que les servía de orientación cuando contaron con otras referencias como hogueras encendidas en los promontorios y lugares elevados del litoral así como las grandes fogatas con que solían rematarse las columnas y torres votivas construidas en la Antigüedad.

Este tipo de señales se fue sustituyendo por los faros de los que hay numerosas referencias en el pasado. A nivel español se considera el de Chipiona (Siglo II) como el más antiguo, aunque el universalmente conocido es el de Hércules en Coruña a cuyo prodigioso espejo se le atribuía la capacidad de reflejar todo lo que ocurría en el mundo.

Los faros actuales que se definen como torres altas situadas en las costas, islas, escollos o barcos fondeados, con luz en su parte superior encendida durante la noche que sirve a los navegantes para orientarse, son el resultado de una lenta pero ininterrumpida evolución durante siglos y siguen conservando algunas de las características de las primitivas construcciones, así como gran parte de su simbolismo.

Los encargados de su funcionamiento y mantenimiento son los fareros o torreros ("faroleruak" o "paoleruak"), llamados técnicos mecánicos de señales marítimas en el argot jurídico-administrativo, que constituye una profesión llena de riesgos en el pasado y que se ejercía en muchos casos en lugares alejados de los núcleos urbanos e incluso en soledad. A estos trabajadores que debían dominar diversos oficios les ha acompañado tradicionalmente el mito y la leyenda, y han sido objeto de gran curiosidad e interés al desempeñar una actividad tan singular.