Los trabajadores

El taller de forja y acabado de guadañas estaba a cargo de un responsable general, quien a su vez tenía bajo sus órdenes 2 ó 3 encargados. Hacia 1961, se ocupaban en su elaboración 72 personas, todos hombres, que disminuyeron a unos 50 hacia 1980 y a 25 en 1990, fecha en que se cesó en esta actividad (14 de diciembre).

Los trabajadores para las operaciones importantes y que requerían habilidad, se seleccionaban de otras secciones de la empresa e iniciaban su aprendizaje haciendo piezas, dirigidos por otro trabajador que dominara la labor y que hacía de monitor.

Era muy frecuente que, simultáneamente, hubiera varios trabajadores aprendiendo, incluso, varios en la misma operación, y la especialización podía durar meses hasta adquirir la destreza necesaria, inicialmente, utilizando aceros defectuosos y desechando las piezas producidas, para más adelante, producir realmente válidas, pero en cantidades por hora menores a las exigidas a los operarios especializados.

Desde la fecha de inicio de la fabricación y hasta la década de los sesenta, el salario era consecuencia de una valoración del puesto de trabajo, en la que el propio empresario fundador estimaba la dificultad del trabajo, y la habilidad, conocimiento y oficio precisos para realizarlo, así como el esfuerzo físico y la importancia de la operación en el conjunto del proceso y en el resultado final.

En los puestos en los que la calidad se podía comprobar visualmente y al momento, se añadía un destajo o precio por unidad fabricada, con un control y exigencias de calidad muy estrictos. En aquellas operaciones en las que la calidad no era apreciable visualmente, como en los tratamientos térmicos, o que influían mucho en el resultado final, el empresario prefería pagar un salario fijo mayor, exigiendo al mismo tiempo, una alta calidad.

Hacia 1970, los sistemas de retribuciones cambiaron, introduciéndose las técnicas de control y retribución de la producción en boga en esas fechas, lo que no parece que produjo los resultados esperados.

La presencia de personal se  controlaba por medio de unas chapas  metálicas en forma de discos, con el número de cada uno, que se colgaban en unos casilleros, existiendo dos iguales, uno para entradas y otro para salidas, de forma tal, que al incorporarse al trabajo, cada trabajador retiraba su ficha del casillero de salidas y la colocaba en el de entradas, lo que denotaba su presencia. A la salida se efectuaba la operación inversa.

Hasta los años cincuenta o sesenta, la mayoría de los trabajadores procedían de las cercanías y eran, preferentemente, hijos de los veteranos y se iniciaban en el trabajo sin ninguna formación previa específica, pues las tareas a realizar tampoco lo requerían.

A partir de las citadas fechas, comenzaron a incorporarse trabajadores procedentes sobre todo de Burgos, labradores en su totalidad, y en años posteriores y debido al incremento fuerte de la demanda, la incorporación procedente de otras regiones agrícolas fue masiva y sin ningún criterio de selectividad.

El trabajo en el taller de hojas de guadañas era en general duro. El gran número de martinetes que se empleaban, golpeando rápida y permanentemente, hacía que el ruido interior fuera muy elevado, llegando a los 115 decibelios, por lo que los trabajadores protegían sus oídos con tapones o cascos. Se protegían generalmente con delantales de cuero.

 

Principales informantes

  • Pedro Urquia (Legazpi)
  • Jose Mº Urcelay Urcelay (Legazpi)
  • Pedro Ucín ( Azpeitia)
  • Benigno Ucín Juaristi ( Azpeitia)

 

Nuestro agradecimiento a José Luis Alvarez Gorostiaga, (Ihardum), por la información gráfica facilitada.