El Aprendizaje

En el pasado el aprendizaje del oficio de sastre se iniciaba muy pronto, casi en la niñez, siendo las primeras labores las de recadista u otras similares, para pasar a iniciarse en la actividad y más tarde a medida en que se iban adquiriendo los conocimientos y habilidades necesarias, acceder a la condición de oficiales y en ocasiones, a la de maestros.

Estos  se hacían cargo de los aprendices para que les ayudaran en su trabajo, realizando labores cada vez más complejas, con baja remuneración, a cambio de enseñarles la profesión. Sus tareas eran también las de pasar hilos y “picar” solapas y cuellos para endurecer la zona, colocando refuerzos entre la tela exterior e interior, uniéndolos con pequeñas puntadas en toda su superficie. Con esta labor “… cogían mano y rapidez”.

Dominado este trabajo, pasaban a hacer “liguetas”, tarea de aprendiz adelantado, consistente en colocar, cosiéndola a mano, una especie de cinta que tapaba los cantos de la tela. Aunque actualmente se utiliza la “ligueta” adhesiva, la cosida a mano se consideraba como un indicador de prenda bien hecha. La siguiente actividad (hilvanar o ir poniendo en posición y sujetando una con otra la tela exterior y la entretela o interior, pasando hilos entre ellos), ya presentaba mayores dificultades y requería alguna experiencia.

Según avanzaban en el conocimiento del oficio, los aprendices pasaban a la categoría de oficiales, ocupándose entonces de otras labores más complejas como forrar las piezas y el remate de la tapa, así como el cosido de las mangas, hombreras y piezas similares.

Los aprendices en el pasado llevaban a la sastrería sus propios dedales, tijeras y pequeña banqueta, pasando a partir de los años cincuenta del siglo XX a aportar solo las tijeras y el dedal.

En opinión de varios expertos el aprendizaje bien hecho resultaba fundamental para poder llegar a ser un buen sastre. Entre los muchos e importantes aspectos que el aprendiz debía llegar a dominar tenemos “el educar la vista” para conocer con cierta rapidez la “forma” del cuerpo del cliente.

Un buen sastre cuando observa a un posible cliente capta las características básicas del  traje a confeccionar. Alcanzar la condición de maestro sastre requiere del orden de una década.

LOS GREMIOS

El aprendizaje del oficio de sastre no garantizaba el ejercicio de la profesión, toda vez que hasta la primera mitad del siglo XIX la actividad de estos artesanos estaba regulada por los gremios, que bajo la advocación de un santo patrón, agrupaban a todos los que desempeñaban este oficio.

Los gremios tenían una doble función. Por un lado regulaban el acceso y el ejercicio de la profesión de forma que para desempeñar un oficio artesanal los candidatos debían superar las diferentes etapas del aprendizaje establecidas y obtener el título de maestro, tras superar un riguroso examen, lo que les permitía inscribirse en el “Registro” correspondiente e instalarse en un local, donde fabricar y vender sus productos. El incumplimiento de estas normas era perseguido y castigado con mucha severidad, obligándole al infractor a cesar en su actividad.

Por otra parte su función era también de tipo social, con sistemas de protección en caso de enfermedad y ayudas a viudas y huérfanos de los asociados, así como religiosa, organizada en forma de cofradía con sus reglamentos y festividades, entre las que se incluía las de su patrón.

Sin embargo, los litigios entre gremios y éstos y los aspirantes a desempeñar un oficio artesanal fueron constantes a lo largo de la historia.

Toda esta situación contrasta con la actual en que, por ejemplo, facilitando tus medidas a un sastre de Hong Kong u otras varias ciudades asiáticas se elige una tela, se pacta un precio y el sastre te entrega el traje solicitado en el aeropuerto, si fuera necesario, pocas horas más tarde.

COMPETENCIA Y PROCESO PRODUCTIVO

Hasta épocas todavía recientes, el oficio de sastre, en poblaciones de cierta entidad, fue uno en los que la competencia era importante, siendo fundamental la fidelización de los clientes. Resulta difícil admitir desde la visión actual que en Elgoibar en 1924, según la estadística llevada a cabo por la Diputación Foral, por medio de los miqueletes, trabajaban hasta cinco sastres y había ocho talleres de costura, en ambos casos con reducido empleo, entre tres y cinco trabajadores. La existencia de una mayor oferta que demanda obligó a a una parte de los sastres elgoibarreses, a buscar pedidos en la zona costera con Ondarroa, como lugar más importante, donde las mujeres de los marineros, en ocasiones embarcados, formulaban encargos de trajes para sus maridos.

La elaboración de trajes a medida para hombres, especialidad de los sastres, exige un proceso largo que requiere habilidades y sobre todo experiencia, que solo es posible adquirir con la práctica.

Según varios expertos, el proceso, expuesto de manera muy resumida, se inicia con la elección de la tela con que se va a confeccionar el traje y que en buena medida va a determinar su coste. Decidida esta cuestión, tras la elección entre varias posibilidades, se pasaba a tomar las medidas al cliente que eran distintas para las mujeres o los hombres desde la entrepierna hasta el hombro. Esta operación era muy importante para la correcta adaptación del traje a elaborar a las características de su futuro usuario.

Se continuaba haciendo los patrones de papel, es decir, los modelos que van a servir para pasarlos a la tela. En ocasiones, los sastres con gran experiencia marcaban directamente las medidas sobre los tejidos. También se usan patrones previamente confeccionados que se adaptan a las mediciones del demandante.

La siguiente fase es el paso del patrón a la tela, ayudándose de la piedra o jaboncillo, para pasar a cortarla, dejando los habituales márgenes de seguridad por si en la posterior prueba o en el futuro fueran necesarios. A continuación se pasaban los hilos, es decir, marcar las zonas en las que posteriormente se van a coser para que sirvan de orientación visual. Se sigue preparando las entretelas, cosiendo las piezas y planchando los delanteros, entre otras tareas, para hilvanar tela y entretela para acabar montando el traje y realizando la primera prueba, colocándola sobre el cliente para observar las posibles correcciones a introducir.

A continuación se procede al afinado o ajuste y modificaciones o retoques, si fueran necesarios, como consecuencia de la prueba llevada a cabo. Después de hacer los delanteros y volver a montar para llevar a cabo la segunda prueba, se procede a coser los bolsillos, cuellos, tapamangas y rematar el trabaje. Tras el planchado queda terminado, presto para su entrega al cliente.

Aunque los propios sastres pueden llevar a cabo estas tareas, lo habitual es que se contara con especialistas como las pantaloneras, que se encargaban en sus domicilios de su cosido, con los avíos (forros, botones, cinturillas, entre otros) que recogían en la sastrería o las chalequeras que realizaban un trabajo similar con los chalecos.

La prueba final al demandante del traje, si procede, las correcciones necesarias, constituye el final del proceso.

Todo este proceso en buena medida era completamente manual.

LAS TELAS Y LOS MEDIOS PRODUCTIVOS

Las telas con las que habitualmente se trabajaban, eran la pura lana, el algodón, sobre todo para los pantalones como el típico mil rayas y en algunos casos muy especiales, el lino, básicamente para chaquetas. Fue importante la llegada del tergal mezclado con lana en diversas proporciones, siendo la más usual el 45% de la primera y el 55% en la segunda.

Su aprovisionamiento no suponía ningún problema de mayor entidad y llegaba a la sastrería desde Bilbao o San Sebastián “ … por medio de la recadista”, siendo en su gran mayoría de color gris y azul.

Las sastrerías habitualmente estaban ubicadas en una planta baja, ocupando una superficie de unos 50 m2., aunque, en muchos casos, el domicilio familiar era una prolongación de la misma.

Entre los medios productivos destacan las máquinas de coser, habitualmente de la marca Singer. Recordamos que hasta 1927 en que Alfa comenzó la producción de estos bienes, prácticamente toda la demanda española se satisfacía con la importación, que prácticamente era de la citada marca alemana. En los talleres de los sastres destacaban los bancos utilizados para el planchado, con pesadas, hasta 6 kg. unidad,  planchas de carbón, además de tijeras, reglas, jaboncillos, imperdibles y agujas, entre otros, así como sillas bajas de mimbre en las que se cosía.

En el taller, con varias estanterías, se apilaban telas y otros medios específicos de las sastrerías.

Los trajes para mujeres tenían mucho menos entidad cuantitativa que los de los hombres, aproximadamente una quinta parte. Entre 1950 y 1970 el número de trajes que se confeccionaban en una sastrería de prestigio era de unos 500 a 600 al año.

Como información adicional hacemos constar la existencia de un contrato profesional entre un maestro sastre y su aprendiz, fechado en Segura en 1708 y el reconocido valor del primer tratado de sastrería publicado en España a finales del siglo XVI y principios del XVII, escrito por el sastre guipuzcoano Juan de Alcega.