En Euskal Herria ya no queda ningún cencerrero. En Navarra el último fue el de Itrugoien y en Gipuzkoa ha sido Alegi el municipio que más cencerreros ha tenido (tantos que el apodo con el que se conoce a sus habitantes es txintxarri.
“Mihirik gabeko zintzarria, paretan hondatuko”. Porque, ¿para qué sirve un cencerro que no suena? Es más, cada pastor buscaba un sonido propio y especial que le permitiera saber si el animal era suyo o no y para ello colaboraba con el cencerrero. Los cencerros han sido, por tanto, algo más que meros instrumentos para localizar al ganado, los rebaños han sido portadores de la identidad de una casa o de una familia. Cuando en primavera subían y en otoño bajaban, su sonido avisaba a los vecinos de los pueblos de quién eran y, en caso de no sonar, daban a conocer qué familia estaba de luto por el fallecimiento de alguno de sus miembros. Por eso, el robo de un cencerro era más grave que el de la propia oveja.
Hoy en día se pueden controlar los ganados mediante GPS y sin moverse de casa, pero el sonido de los cencerros no ha perdido su magia. De hecho, ya tienen su sección en el Museo Soinuenea junto a los instrumentos "oficiales".