¿Desde cuándo se ejerce el oficio del textil, es decir, el cruce de los hilos obtenidos de las plantas o de los pelos de los animales y la confección de telas? En la mentalidad tradicional Adán y Eva suelen ser representados con la azada y con la rueca, respectivamente, para simbolizar que es de los oficios más antiguos. No es muy científico, pero hay que reconocer que el hilado y casi todo lo relacionado con el textil ha estado casi siempre en manos de las mujeres, desde sembrar lino en el campo hasta coser botones: “ehunak ehun lan”.
Una vez más y al tratarse de una profesión humilde, su reflejo en documentos históricos es más bien escaso, sobre todo en los que las protagonistas eran mujeres. Son más abundantes las referencias documentales en aquellos casos en los que los interesados eran hombres, ya que tenían más protagonismo incluso en las profesiones ‘femeninas’. Por ejemplo, el Archivo General de Gipuzkoa conserva un inventario de los bienes del sastre de Beasain Martin Aliri, otorgado en Praga en 1578. Además, no era un sastre cualquiera: era el de una emperatriz.
De la misma época era también Juan de Alcega, el ‘modisto universal, al que el Museo Marítimo Vasco dedicó una exposición.
Tejer también se ha considerado como una profesión tradicional masculina, aunque el resto de los trabajos quedaran en manos de las mujeres. La Historia, sin embargo, nos dice que no fue hasta el siglo XVIII cuando los hombres comenzaron a apropiarse de una profesión que hasta entonces había sido de mujeres. ¿Por qué? Porque empezaron a obtener un mayor rendimiento. A menudo se dice que los trabajos de los hombres han sido siempre más duros, al menos físicamente. ¿Acaso es duro tejer sentado y a cubierto? La Historia nos demuestra que no es así.