'La más noble conquista del hombre', es así como se suele aludir al caballo. Este animal salvaje fue domesticado ya en la antigüedad, primeramente en Eurasia, fundamentalmente para ser utilizado en tareas agrícolas (caballo de tiro), militares (unidades de caballería), comerciales (transporte de mercancías), para montarlos (transporte de personas), pero también para fines de ocio (carreras de cuadrigas, principalmente en Grecia y Roma; y para jugar al polo en el caso de Persia). Estas distintas utilizaciones del caballo perduraron durante muchos siglos por todo el mundo, si bien cada territorio tuvo usos específicos.
En el siglo XIX, con la llegada de los modernos medios de transporte (ferrocarril, vehículos a motor, tractores) la utilización militar, agrícola y comercial del caballo descendió en beneficio de un uso genuinamente lúdico. De este modo, florecieron los hipódromos y las carreras de caballos. Además, a ambos lados de los Pirineos surgieron entidades como las sociedades para el fomento para la mejora de las razas equinas (1833), en Francia, o la Sociedad de Fomento de la Cría Caballar de España (1841). Estas entidades se encargaron de acreditar la pureza de los linajes equinos, así como de la organización de carreras hípicas.
Un mismo interés se observó también por parte de los gobiernos que, a través de normas y estudios, reglamentaron la cría y procedieron a realizar estadísticas de la cabaña equina.
1937. Carreras de caballos a jinete y con vehículos de tiro en la fiesta patronal de la Magdalena de Saint Palais (Archives Départamentales Pyrénées Fondo Berrogain. 5 NUM 21/31.)
1828. Censo de caballos (AHPHU, J_001345).
Con este desarrollo, el siglo XX presenció ya el apogeo de los grandes premios y concursos hípicos, eventos que contaron con el apoyo y la participación de las clases altas y las grandes personalidades.
Entre estas figuras estuvo Alfonso XIII, rey de España y apasionado de los caballos, que llegó a inaugurar 4 hipódromos: los de Los Juncales (1907) y Lasarte (1916), en San Sebastián; el de Bellavista (1917), en Santander, y el de Legamarejo (1917), en Aranjuez. Además, en 1922 el mayor gran premio hípico a nivel mundial de la época, disputado en Lasarte, llevó precisamente el nombre del rey.
Siendo que todo juego o competición se ha prestado siempre a generar un componente financiero a su alrededor, las apuestas en las carreras hípicas surgieron casi de manera natural con la propia práctica deportiva. Aunque generalmente estuvieron controladas, las apuestas hípicas no estuvieron exentas de desviaciones.
Los conflictos bélicos de mediados del siglo XX afectaron a distintos niveles a las manifestaciones deportivas hípicas. Así, la Guerra Civil en España (1936-1939) privó a los equipos de polo de Biarritz de buena parte de sus jugadores que fueron obligados a volver a España para participar en el conflicto. Por su parte, la II Guerra Mundial (1939-1945) trajo consigo la destrucción del solar sobre el que se asentaba el hipódromo de La Barre en Bayona.
Aunque fueron actividades recreativas reservadas durante mucho tiempo a las ciudades, las carreras hípicas también se extendieron al entorno rural, especialmente con motivo de las fiestas patronales de los pueblos. En ocasiones, el desarrollo de la hípica deportiva o recreativa en este ámbito rural convivió con la voluntad de mantener también el uso del caballo en las prácticas tradicionales.